Joan Villar-i-Martí

Echando la mirada atrás, da miedo contemplar la magnitud de los cambios que pueden llegar a producirse en tan solo una década. En 2012, justo empezábamos a disfrutar de las primeras IPA elaboradas por productores autóctonos, y a sentir hablar de proyectos nómadas y ediciones limitadas. Disponíamos de un perímetro medianamente estable de microcerveceras, que rara vez sobrepasaban el lustro de vida y que ejercían de cara visible -y prácticamente única- de un fenómeno relativamente recién nacido que denominamos ‘cerveza artesana’.

La pasión y militancia que generaba este movimiento de nicho contrastaba con el amplio desconocimiento que tenía el gran público… o esto es lo que creíamos, la mayoría, hasta que fuimos testigos de la primera edición de un festival de cerveza celebrado en Convento de San Agustín de Barcelona: un sueño cumplido en vida para un buen puñado de nuestros pioneros, que desbordó toda la lógica y previsión de asistencia.

La reacción fue inmediata, y aquel mismo año fueron tomando forma todo tipo de nuevas iniciativas y empresas, algunas de ellas con un nivel de inversión muy superior al habitual. El crecimiento del pequeño segmento de mercado que suponía la cerveza artesana, desde entonces, fue constante, impulsado por el contagio de la euforia de nuevos públicos y por la construcción, en paralelo, de una imagen internacional que poco a poco situaría a Barcelona como un reconocido destino cervecero.

El primer BBF aconteció, para muchos, una medida del estado de la cerveza artesana. Desde entonces, el Festival y todo los proyectos satélite dirigidos bajo la batuta de Beer Events han mantenido ese rol de barómetro sectorial, aconteciendo uno de los mejores indicadores sobre la evolución, desarrollo y tendencias para todos los grupos de interés; incluidos, sobre todo, los originales, que siempre han estado en el centro de todas las decisiones, a pesar de que algunas no hayan estado exentas de polémica.

Los grandes retos actuales, en mi opinión, pasan por un binomio en el que, por un lado, hay que profundizar en la localidad del producto en todas sus vertientes, buscando el sentido del que queremos dotar la artesanía que enarbolamos al aire; y por otro, trabajar en la solidez y viabilidad de las empresas del sector, sin olvidar el reforzamiento necesario de las condiciones laborales de los profesionales que se dedican.

No sabemos qué nos espera, los próximos 10 años. Pero si una cosa tengo clara es que el Barcelona Beer Festival será, como hasta ahora, el espacio que facilitará el adelanto colectivo, el diálogo y el progreso, fijando la mirada siempre en la cerveza.