Es evidente que los tiempos han cambiado, y que el sector ha hecho un viaje de rumbo errático y lleno de curvas que nos ha dejado en un lugar medio desconocido. El mercado ha derivado hacia una paradoja curiosa: hay estilos, variedades de IPA, que han monopolizado parte de los bares de cerveza artesana, pero paralelamente estos estilos nos aportan novedades casi cada semana.

Esta sensación de novedad continua que no nos invita movernos de dónde estamos no incentiva precisamente las ganas de explorar. ¿O quizás sí? Lugares como el BBF son absolutamente magníficos para la noble disciplina de la exploración cervecera, y un oasis en tiempo de endogamia estilística. Encuentras tus puntos seguros, las agarraderas donde aferrarte si lo que quieres es una cerveza conocida, un grifo amigo, un tiro seguro. Pero bien cerca también te encuentras el vacío, lo inexplorado. Nuevos proyectos cerveceros, sorpresas, gente de geografía remota que te hace disfrutar y que mantiene despierta la curiosidad y el ánimo de descubrimiento.

Sin ir más lejos, el BBF 2021 contó con Berryland, productor artesanal ucraniano que nos dejó a todos un muy buen sabor de boca con su excelente trato, simpatía y también con sus hidromieles. Este productor vio como su fábrica quedaba arrasada por el fuego ruso durante el 2022. Encuentro que valores más destacables del Barcelona Beer Festival son estos: la comunidad y el descubrimiento, soportados por la indisociable tarea didáctica y divulgativa.

Un festival totalmente imprescindible, un pionero y un mortero que durante mucho más que tres días une la comunidad cervecera nacional. Porque no hace falta olvidarse de todos los eventos satélite que se han ido generando año tras año, y que hacen que el BBF, igual que el Black Friday, ya haya dejado de tener entidad de día o de fin de semana y haya pasado a tener entidad de “BBF week”. El mismo espíritu que en el 2012 pero ampliado y madurado. Enhorabuena a todos y todas.

Marc Roig